El fin de semana pasado nos invitaron a Córdoba para cubrir el festival Un Océano sin orilla de TBA21–Academy. El nombre de este festival parte del verso:
Me maravillé de un Océano sin orilla
y de una Orilla sin Océano
Ibn Al-Arabi.
La idea del océano sin orilla nos encantó en cuanto la escuchamos porque el agua sin límites físicos ni legales es como una sopa en la que flotamos y nos relacionamos unos con otros en libertad. Como si no existiera la ley de la gravedad que nos mantiene agarrados a un sitio.
Antes de meternos en materia, te ponemos un poco en contexto: este festival forma parte de un proyecto de tres años llamado Meandering. Meandering es un programa de investigación artística sobre las relaciones entre justicia social y ecológica y lo hace a través de océanos, desembocaduras, ríos, afluentes, manantiales, arroyos, pantanos, humedales, acuíferos… porque el agua es lo que conecta todas las formas de vida y porque tiene una tremenda carga simbólica en todas las culturas.
Sé que a muchas personas esto del arte contemporáneo se les puede hacer bola porque tiene fama de ser conceptual, difícil y feo, pero me parece una fama injusta. Es cierto que existen ese tipo de obras pero son sólo una parte.
Creo que precisamente lo bueno del arte es cómo nos enriquece a nivel emocional. Hay obras que no hay que entender racionalmente, simplemente tenemos que entregarnos a ellas y sentirlas. Nos abre nuevas perspectivas y puntos de vista que son difíciles de explicar con palabras.
En estos cuatro días ha habido experiencias de todo tipo, de las que enriquecen intelectualmente, como charlas y proyecciones, y otras mucho más sensoriales. Así que ahora que han pasado unos días y hemos podido asentar las ideas, te cuento las que más me rondan la cabeza desde entonces. A nivel «racional», he estado pensando mucho en:
El mar como cementerio
Siempre he visto el océano como el origen de toda la vida en el planeta, me parece tan básico que nunca me lo he visto desde otro punto de vista hasta la charla de Francisco Godoy Vera, en la que se refirió al Mediterráneo como un cementerio de cuerpos negros. Su charla sobre anticolonialismo y antirracismo concluyó con la invitación a reflexionar sobre cómo, nosotras, personas europeas descendientes de coloniales, podemos ayudar a sanar las heridas de la explotación sistemática a personas racializadas.
Me traje la pregunta a casa para masticarla y darle vueltas. Siempre he visto la explotación al sur global como algo sistemático, que va más allá de lo que yo, como persona corriente y moliente, pueda hacer… Por otro lado ¿no es precisamente el poder de las acciones individuales de lo que llevamos hablando desde que abrimos esta web? Sigo dándole vueltas. Si tú alguna vez te has planteado este tema y tienes alguna respuesta, me encantaría que me contaras en los comentarios.
Rituales cotidianos
En un momento de su ponencia, Juan López Intzín cogió un vaso de agua, pero antes de beber derramó un poco en el suelo. Nos contó que era un ritual maya a modo de ofrenda a la tierra pero que no suele hacerlo mucho porque en suelos asfaltados o con baldosas no tiene sentido.
Me recordó a la anécdota que cuenta Robin Wall Kimmerer en Una trenza de hierba sagrada de su padre derramando café en la tierra como ofrenda y cómo a ella le parecía un ritual cutre hasta que descubrió que derramar parte de tu bebida en la tierra era un ritual ancestral del pueblo potawatomi del que es descendiente. Me gustó descubrir que mayas y potawatomi tienen rituales semejantes. Pienso que sería muy bonito tener un ritual diario que nos recordara que pertenecemos a la tierra y no al revés.
Romper el tiempo
La poeta Victoria García Gómez contó cómo solía reunirse en la ribera del Guadalquivir con sus amigos y se planteaba si los jóvenes cartagineses, visigodos o andalusíes que antes habitaron Córdoba también tenían por costumbre quedar en las orillas del río. Me gustó la idea de relacionarnos con nuestros antepasados por etapas vitales en lugar de hacerlo por la historia oficial porque nos puede hacer empatizar y comprender mejor otras sociedades.
Estas son algunas de las semillitas que me he traído para cuidar y regar, pero como te comentaba antes el festival ha estado lleno de experiencias sensoriales que no sé muy bien explicar con palabras. Hemos cantado (gritado, aullado, cada uno lo que ha podido) en una cueva, hemos hecho un remolino humano con las piedras del Guadalquivir, hemos olido resinas de muchos árboles, escuchado los sonidos del agua, meditado en la oscuridad y compartido comida con decenas de desconocidos,… Es raro porque todo esto me ha hecho sentir más humana pero al mismo tiempo un poco más animal. Creo que ésa es una de las claves para comenzar sanar nuestra relación con la tierra.