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Transformar nuestra forma de mirar el mundo

por Fer Gómez

“Yo compraría de forma sostenible, pero que me lo pongan fácil y barato”. Esta frase nos la repiten mucho, incluso personas con inquietudes medioambientales. Es lógico, para la mayoría comprar es un acto rutinario en el que se intenta gastar el menor tiempo y dinero posible, e investigar sobre lo que consumimos no entra dentro del plan.

Cada vez que leo los resultados de encuestas sobre el medio ambiente me quedo un poco atónito. En el último Eurobarómetro sobre la actitud de los ciudadanos sobre el medio ambiente, el 94% de los europeos consideraba muy importante o bastante importante la protección del medio ambiente.

En la misma encuesta, el 49% de los encuestados estaban de acuerdo con que la ropa debe de estar disponible al menor precio posible, independientemente del medio ambiente o las condiciones de trabajo bajo las que se produce.

¿Cómo es posible que pueda dejar de importarnos el planeta y la explotación de otras personas mientras tengamos ropa barata?

No dudo que ante dos productos iguales con el mismo precio, si uno fuera más sostenible que el otro, la gran parte de las personas se decantaría por el sostenible, pero tampoco dudo que si el “no sostenible” fuera más barato y más fácil de adquirir, éste triunfaría.

Comprar barato siempre se ha visto como lo inteligente. Presumimos cuando conseguimos cualquier ganga, sin pensar en lo que hay detrás, aunque a veces nos lleve más tiempo conseguirla. Esta misma actitud la tienen las empresas, encontrar sus “gangas” en los productos que nos venden para maximizar sus beneficios. 

Hemos elevado el dinero a la categoría de lo sagrado. Es lo que todos adoramos, tanto que lo hemos puesto por delante de los sistemas que mantienen la vida de todos los seres vivos que habitamos en este planeta. 

Las empresas dicen que ofertan lo que los consumidores demandan y los consumidores dicen que compran lo que las empresas ofrecen y unos por otros, “el planeta sin barrer”.

No es fácil salir de este círculo. El sistema económico debería de priorizar que entraran a formar parte de él otros valores aparte del PIB como la protección del planeta, la salud y las condiciones de vida de los seres que lo habitamos. Pero entonces podría ocurrir lo más temido, que la economía dejase de crecer en términos monetarios se refiere.

Recuerdo una temporada que trabajé en ventas, en las que cada semana nos facilitaban un documento con las ventas de la semana, comparándolas con las de la semana anterior y la misma semana del año pasado. Si las ventas habían aumentado, sobre todo con respecto a las del año pasado, las cosa iba bien, si habían caído había que tomar medidas y justificar porque estaba ocurriendo. Así por desgracia es como funciona la economía actual.

El capitalismo se basa en el crecimiento sin freno y, si esto no ocurre, no funciona. Y el crecimiento constante no puede durar para siempre. Además como para el sistema el planeta no tiene precio, se lo puede cargar a su antojo. La contaminación del aire, de las aguas o la explotación de los recursos naturales no entran dentro de la economía. Como dice George Monbiot:

“O paramos la vida para permitir al capitalismo continuar, o paramos el capitalismo para permitir que la vida continúe”.

George Monbiot

Si para el capitalismo el crecimiento económico es su mantra, muchas veces cuando hablamos de sostenibilidad pecamos de todo lo contrario y, si no se acercan los productos sostenibles a la mayor parte de la población, no se van a producir grandes cambios en el consumo. En realidad, la sostenibilidad tiene tres patas: la medioambiental, la social y la económica y, si no tenemos las tres en cuenta, cojea.

Quizá, más que un cambio en el sistema, lo que necesitamos es transformar nuestra forma de mirar el mundo. Desarrollar una visión más global y empática que nos lleve a comprender que formamos parte de un todo, desarrollar el llamado efecto perspectiva. Este es un cambio de la conciencia, reportado por algunos astronautas cuando observan la Tierra desde el espacio. Afirman que nuestro planeta se percibe inmediatamente como una débil y frágil bola de vida, «flotando en el vacío», protegida y sustentada por una atmósfera del grosor de un papel de fumar. Los astronautas afirman que las fronteras desaparecen, los conflictos que dividen a las personas ya no parecen importantes y la necesidad de crear una sociedad planetaria con un objetivo común de proteger este punto azul pálido, se convierte en algo obvio y acuciante.

Ojalá todos pudiéramos desarrollar este efecto perspectiva. En realidad, no es necesario viajar al espacio para transformar nuestra forma de mirar el mundo.

Por cierto, si tienes curiosidad por este efecto te recomiendo escuchar este episodio del podcast Gabinete de curiosidades. En realidad te recomiendo las tres temporadas. Si no eres curiosa, vas a empezar a serlo.

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